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Facundo Eneas Gárriz

Así me afecta la inflación a mí (y a mi cliente)

20 de abril de 2023 - 11:41

Por Facundo Eneas Gárriz. Cambiar precios. Eso que tenemos que hacer cada vez más seguido y cada vez más a ciegas.

Una rutina que me hace preguntar: ¿No estoy colaborando con este círculo vicioso de la inflación? La rentabilidad del negocio enseguida me responde que no tengo que preocuparme por eso, aunque me convierta a mí en parte del problema.

Hace un tiempo estaba frente a mi Excel de rentabilidad tratando de entender si era momento de aumentar los precios.

No hacía tanto que lo habíamos hecho por última vez, y ello nos obligó a una inversión considerable en impresión de cartelería y menús.

Volver a pensar en esto no solo me parecía una pérdida de tiempo sino que tenía que sumarle el costo indirecto de esa inversión.

Decidí que no era momento. Ya fue. Lo aguantaba uno o dos meses más y me ahorraba esos mangos.

Los dos meses pasaron y de repente me convertí en la cafetería más barata de la zona. Claro que algunos clientes me elegían por eso, aunque muchos otros la verdad es que ya no chequeaban precios de café, asumían que podía haber una variación del 100% pero ya habían decidido que ese no sería su motivación de compra.

Observando los números

Sí. Es una locura decir que entre un local y otro de la misma zona el precio puede variar en el doble. Pero es Argentina, no lo entenderías.

Entonces sí me senté a analizar las rentabilidades para cambiar los precios. Para entender el pricing tenía que analizar tres variables: el costo, la competencia y lo que mis clientes estuviesen dispuestos a pagar; eso había estudiado en la facultad.

Cuestión que a nivel costo, solo en dos meses de “dejarlo fluir”, tenía un 20% de la carta a pérdida, la competencia estaba un 80% por encima mío y los clientes ya no sabían cuánto les rendía el nuevo billete de mil pesos que había salido al mercado, por lo tanto lo que a uno le parecía una fortuna al otro le parecía barato.

Con la poca certeza que tenía empecé a dibujar números en el aire. Y cuando lo compartí con la encargada del local se sumó la variable de “el cambio”: no podía poner precios que necesitaran de monedas para el vuelto y tampoco abusar de los billetes porque los de denominación chica ya nadie los pone en la billetera y se vuelve un problema.

Llegamos a un posible menú final con un aumento promedio de 40% entre la carta de bebida y comida. Mandamos a hacer la gráfica, que por suerte el diseñador me la había dado en formato editable en un programa a prueba de inexpertos y el cartel grande ya había sido diseñado con imanes para poder cambiar sin reimprimir.

Y llegó el primer cliente de la mañana. Se enojó. Él había leído en el diario que la inflación era del 3%, ¿Cómo podíamos nosotros aumentar un 40% el combo que él consumía casi a diario?

Tratar de explicarle las teorías económicas era en vano, el empleado solo podía ir con el argumento “viste como están las cosas en el país” y esperar compasión del otro lado.

Pero eso no fue lo peor. Sino que después de correr con la gráfica y escuchar las quejas del cliente, abrí el mail y recibí la notificación de aumento del proveedor de café (mi proveedor número 1). O sea que todo ese esfuerzo ya se veía licuado en el 15% de aumento que me informaba.

¿Qué iba a hacer? ¿Cuál había sido el error?

Tuve que sentarme y pensar. Yo no estaba errado. El sistema lo estaba. Y cuando un sistema tiene fallas, no se trata de convertirse en el héroe que vaya a corregirlo, sino de adaptarse.

No me podía volver a pasar esto de estar por debajo del mercado, de tener la carta a pérdida porque “no quiero ser parte del problema”. Ya no había lugar para la culpa o para la esperanza de que todo mejore.

A partir de ese día se convirtió en rutina el cambio trimestral de precios, siempre analizando las variables, pero sin temor a que alguien se enoje, a que capaz esta vez el café no aumente o que en una de esas la inflación no sea superior a la del mes pasado.

Porque especular tiene ese no-se-qué que nos lleva puestos. Que nos obliga a actuar por más que no tengamos nosotros la intención de hacerlo y que ganar, a veces, se trata de no tener piedad.

No me gusta esto. No elijo esto. Soy parte del problema. Pero no somos los emprendedores los que podamos solucionarlo, solo adaptarnos y exigir soluciones a los que realmente tienen el poder.


Facundo Eneas Gárriz es redactor en SOMOS PYMES y emprendedor.

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