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Inversión productiva vs financiera 

¿Cómo trabajar el ciclo económico y político en Argentina?

Se requiere paciencia para esperar las señales y pragmatismo para elegir la mejor alternativa en cada momento.

Somos Pymes | Damián Di Pace
Por Damián Di Pace 27 de octubre de 2025 - 12:00

Para las PyMEs, después de un año donde la estabilidad macro ofreció un respiro y permitió proyectar con mayor previsibilidad, la fragilidad política y financiera reabre un escenario familiar pero desgastante: adaptarse una y otra vez a reglas de juego que cambian sobre la marcha.

No es nuevo para las empresas argentinas, pero sí implica retomar reflejos que habían quedado en pausa.

Transitando el ciclo económico y político

La forma de hacer política monetaria bajo este gobierno refuerza esa dinámica: que el mercado determine las tasas de referencias y solo intervenir en el control de dinero en circulación, genera un nuevo mapa de rendimientos y costos.

Al mismo tiempo, si bien la inflación permanece estabilizada y descendente en torno al 30% anual, sigue siendo un factor que condiciona márgenes y expectativas de consumo.

En este contexto, cuatro virtudes empresariales se vuelven imprescindibles: paciencia para esperar las señales, resiliencia para sostener la actividad, pragmatismo para elegir la mejor alternativa en cada momento y, sobre todo, coraje para apostar al futuro en medio de la incertidumbre.

Ese nuevo mapa de rendimientos se ve con claridad en el sistema financiero.

La foto actual muestra tasas nominales que, al compararse con una inflación esperada del 30% anual, resultan ampliamente positivas en términos reales.

Para quien tenga liquidez, las alternativas financieras lucen atractivas en el corto plazo. Para quien necesite financiamiento, el escenario continúa siendo costoso.

La paradoja es que las mismas tasas que protegen el capital contra la inflación son las que complican la rueda productiva, en especial para las pequeñas y medianas empresas.

La ausencia de una tasa de referencia definida por el Banco Central deja que sea la oferta y la demanda de pesos la que dicte las condiciones, lo que genera mayor dispersión entre instrumentos y obliga a analizar con lupa cada decisión.

En este punto, la comparación con la inversión productiva se vuelve inevitable.

Porque si el rendimiento financiero supera con claridad a la inflación, la pregunta que se abre para cualquier empresa es si conviene inmovilizar capital en nuevas líneas de producción, o esperar a que el panorama político y macroeconómico ofrezca mayor certidumbre.

El dilema entre inversión productiva y financiera no admite respuestas simples. La primera sigue siendo el motor del crecimiento sostenido, pero enfrenta un contexto en el que los costos de financiamiento y la volatilidad electoral imponen cautela.

En la práctica, las PyMEs no pueden pensarse fuera del ciclo político y financiero: cada decisión de ampliar capacidad, contratar personal o innovar en procesos debe evaluarse a la luz de un horizonte corto.

El desafío pasa por convivir con márgenes ajustados y apostar a la escala, la diferenciación y el agregado de valor como defensas frente a tasas altas y demanda más débil.

Al mismo tiempo, postergar indefinidamente proyectos productivos para volcarse al rendimiento financiero también encierra un riesgo: la pérdida de competitividad futura.

El círculo virtuoso para los empresarios

Mientras los instrumentos financieros brindan retornos inmediatos y seguros, la inversión en productividad, ya sea en tecnología, eficiencia o servicios complementarios, es la que asegura sostenerse cuando el ciclo vuelva a girar a favor del consumo y la actividad.

El dilema entonces no se resuelve en “una cosa u otra”, sino en la capacidad de balancear: mantener un pie en la liquidez y otro en la operación, administrando la caja con pragmatismo para no resignar crecimiento de largo plazo.

Ese balance se refleja en la gestión cotidiana. La producción debe organizarse con criterios de eficiencia extrema: reducir desperdicios, optimizar insumos y ajustar los volúmenes a una demanda más errática.

En la comercialización, la clave pasa por fortalecer los canales que aseguren previsibilidad de cobro, incluso si eso implica sacrificar algo de margen.

Y en la distribución conviene privilegiar esquemas flexibles, capaces de adaptarse rápido a variaciones en costos logísticos o cambios repentinos en el consumo regional.

En definitiva, administrar liquidez como un insumo más de la producción y profesionalizar cada decisión operativa es lo que permite transitar un presente restrictivo sin hipotecar el futuro.

En este escenario, más que nunca, la brújula empresarial se sostiene en cuatro virtudes.

La paciencia para esperar las señales sin precipitarse en un entorno electoral cargado de incertidumbre.

La resiliencia para sostener la actividad incluso cuando las condiciones financieras presionan.

El pragmatismo para elegir, en cada momento, la alternativa que permita seguir en pie sin enamorarse de un único camino.

Y el coraje para mirar más allá del escenario post electoral y apostar a inversiones que, aunque hoy parezcan arriesgadas, mañana serán la base de una ventaja competitiva.

La historia demuestra que las PyMEs argentinas han atravesado ciclos aún más complejos que el actual, y que su capacidad de adaptarse una y otra vez constituye su mayor fortaleza.

Hoy el desafío es transitar un corto plazo exigente sin perder de vista el mediano plazo, donde la estabilización de la inflación y la normalización política pueden abrir espacio para un crecimiento más sostenido.

En definitiva, se trata de sobrevivir con creatividad y disciplina para estar en condiciones de crecer cuando el viento vuelva a soplar a favor.

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