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Coporaciones

Es necesario repensar el propósito de las corporaciones

17 de diciembre de 2018 - 17:15

La idea de que las empresas sólo buscan obtener ganancias conduce a terribles resultados.

La corporación empresarial representa una de las innovaciones humanas más sobresalientes. Las corporaciones son ejércitos involucrados en una lucha por lograr la supremacía en los mercados. La simbiosis entre el dominio y la competencia ha resultado ser muy fructífera.

El desarrollo económico sin precedentes visto desde mediados del siglo XIX hubiera sido imposible sin los recursos y sin las capacidades organizativas de ese gran invento: la sociedad anónima de responsabilidad limitada.

Sin embargo, como lo sostiene Colin Mayer, de la Escuela de Negocios Saïd de la Universidad de Oxford, en un nuevo libro notable y radical, "Prosperity" (prosperidad), no todo está bien en la esfera de las corporaciones.

Cada vez más, el público en general considera las corporaciones como sociópatas y, por lo tanto, como indiferentes a todo, fuera del precio de sus acciones; y considera a los líderes corporativos como indiferentes a todo, fuera de las recompensas personales. Juzgadas en base a los salarios y a la productividad reales, su reciente desempeño económico ha sido mediocre.

Además, a las corporaciones se les ha permitido corroer la competencia, como lo argumentan Jonathan Tepper y Denise Hearn en otro importante nuevo libro, "The Myth of Capitalism" (el mito del capitalismo). En resumen, las malas ideas se han apoderado de las corporaciones y han permitido que la competencia se reduzca.

El principal blanco del Prof. Mayer es el argumento de Milton Friedman de que el propósito de las compañías es sólo obtener ganancias, sujetas a las leyes y a (mínimas) regulaciones.

Hoy en día, esto se presenta como la obligación de maximizar el valor para los accionistas. Detrás de esto se encuentra la opinión, la cual se remonta a Adam Smith, de que el principal reto es el "problema de agencia": la relación entre los propietarios y los agentes (los gerentes).

"El problema con la perspectiva de Friedman", insiste el profesor Mayer, "es que es irremediablemente ingenua". Se basa en "modelos económicos simples y elegantes que simplemente no funcionan en la práctica".

La idea de que las empresas buscan obtener ganancias y sólo ganancias, puede, él argumenta, solamente producir malos negocios y terribles resultados. Esto es así por tres razones: la humana, la social y la económica.

La primera es la más importante. Las ganancias no representan, en sí, un propósito empresarial. Las ganancias representan una condición para y son el resultado de lograr un propósito. El propósito puede ser fabricar automóviles, entregar productos, difundir información o muchas otras cosas. Si un negocio sustituye el propósito con hacer dinero, fracasará en ambos.

En segundo lugar, cuando los legisladores permitieron la incorporación de las compañías de responsabilidad limitada, no estaban pensando en ganancias, sino en las posibilidades económicas que ofrecen las enormes aglomeraciones de capital, de esfuerzo y de recursos naturales.

No menos importante, los compromisos a largo plazo integrados dentro de la corporación le permiten centrarse en la innovación: pudiera decirse que la contribución más importante de las corporaciones es hacer que la innovación sea algo usual.

Por último, la teoría central de la firma es la del fallecido Ronald Coase, quien argumentó que, debido a los costos transaccionales, el mercado pudiera ser una forma menos eficiente de organizar la producción que una organización jerárquica. Ésta es otra forma de decir que los mercados están incompletos, particularmente cuando se trata de compromisos a largo plazo.

Sin embargo, es bastante ilógico argumentar que se puede ignorar esta radical incompletitud del mercado conforme se decide cómo deben administrarse las empresas. Si el fundamento de las corporaciones es sustituir los contratos relacionales y, por lo tanto, la confianza con contratos explícitos y, por lo tanto, la implementación, esto no se puede ignorar al decidir para qué sirven las empresas y quién debe controlarlas.

¿Cómo, sobre todo, se puede mantener esa confianza a largo plazo si el objetivo, constantemente reiterado, de las corporaciones es servir los intereses de quienes están menos comprometidos con ellas, mientras que el control también se les confía a quienes tienen menos conocimientos sobre sus actividades y corren menos riesgo de sufrir daños debido a su fracaso? Sin embargo, éstas son descripciones razonables de la posición que ocupan los accionistas en las compañías que cotizan en bolsa con participaciones accionarias ampliamente distribuidas.

Los accionistas están menos comprometidos, ya que, a diferencia de los empleados, de los proveedores dedicados y de las ubicaciones en las que operan las empresas, ellos pueden deshacerse de su participación en la compañía en un instante. Los accionistas son quienes menos saben porque no están involucrados en las actividades de la compañía.

De manera crucial, y contrariamente a la sabiduría económica, los accionistas no son, en el mundo real, quienes asumen los riesgos residuales en el negocio (excepto en relación a los tenedores de bonos). La incompletitud de los mercados garantiza que los empleados, los proveedores y las ubicaciones también asuman un riesgo sustancial.

Además, los mercados bursátiles les permiten a los accionistas diversificar sus riesgos a nivel mundial, algo que los empleados, por ejemplo, no pueden tener esperanzas de hacer con respecto al capital social de conocimiento y a las relaciones personales específicas de su compañía.

Además, todos los demás corren el riesgo debido al comportamiento oportunista de los accionistas. Esto tiene que debilitar el compromiso de todos los demás.

Además, dado el mantra de la maximización del valor para los accionistas y la incapacidad de los accionistas de monitorear la administración, las recompensas cada vez más se han vinculado no al desempeño de la empresa en el cumplimiento de sus propósitos, sino a las ganancias contables y al precio de las acciones.

Sin embargo, ambas están sujetas a manipulación. Algunos argumentarían que el resultado es una remuneración excesiva (el tema del libro de Deborah Hargreaves "Are Chief Executives Overpaid?") y también una crónica falta de inversión.

Estos libros sugieren que el capitalismo está sustancialmente "descompuesto". Renuentemente, yo he llegado a una conclusión similar. Esto no es para argumentar a favor de abandonar la economía de mercado, sino a favor de crear mejores empresas y de fomentar más competencia.

La implicación del libro de Mayer es que el modelo canónico angloamericano de gobernanza corporativa, con igualdad entre los accionistas, con una propiedad de acciones ampliamente distribuida, con una maximización del valor para los accionistas, y con el control en manos del mercado representa sólo una de las muchas formas posibles de estructurar corporaciones.

No existe razón alguna para creer que es siempre la mejor. En algunos casos, funciona. En otros, como en la altamente apalancada banca, realmente no lo hace. Deberíamos estar explícitamente alentando el florecimiento de miles de diferentes formas de gobernanza y de control. Veamos lo que funciona.

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Al mismo tiempo, la implicación del libro de Tepper es que, al igual que hemos sido demasiado descuidados al pensar en la naturaleza y en el propósito de las corporaciones, también lo hemos sido en relación con los mercados en los que están integrados.

Cuanto más grandes sean las corporaciones, más competitivos deben ser los mercados. Las corporaciones son, de hecho, un gran invento. Pero lo que ha hecho tan notable su contribución ha sido, sobre todo, la competitividad de los mercados en los que están integrados.

Cuanto más débil sea la competencia, menos nos dirán sus ganancias en relación con la contribución económica real de una compañía. Debemos arreglar las corporaciones y la competencia, en conjunto.

Fuente: Martin Wolf / Financial Times

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