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Historia

Esta es la historia del alemán que creó el primer semillero argentino

29 de marzo de 2019 - 18:21

Principios del siglo pasado. Terminada la primera guerra mundial en el Viejo Continente, cerca de París una Alemania vencida se aprestaba a firmar el tratado de Versalles con los aliados.

Por estas latitudes, un joven germano de nombre Enrique Klein creaba el primer semillero privado del país, cuenta Mariana Reinke en una nota para lanacion.com.ar.

Nacido el 9 de agosto de 1889, en Colonia (Köln en alemán) cuando era niño Klein pasaba sus veranos en el campo de sus tíos agricultores. Luego estudió para ser ingeniero agrónomo en la Academia Prusiana de Agricultura de Bonn.

Su profesor universitario, Alberto Boerger, se había trasladado a Uruguay para realizar trabajos agrotécnicos para el gobierno oriental y lo convocó para colaborar en el proyecto.

Con el título bajo el brazo y con ese entusiasmo marcado por la cultura al trabajo de los inmigrantes sajones, llegó a América en busca de oportunidades.

Ya instalado en ese país, en una colonia suiza conoció a Amalia María Reisch Schölderle, con quien se casó.

En 1917 cruzó el charco para ser consultor de la maltería Quilmes para realizar estos trabajos de investigación con el cultivo de cebada cervecera. Empezó a recorrer las rutas argentinas y así observó las enormes extensiones de tierras cultivables en el país.

"Acá hay un potencial enorme, comentó mi abuelo cuando pisó tierra argentina y decidió quedarse", recuerda Rodolfo Klein, nieto del fundador y hoy responsable del área de semillas de la empresa.

A mediados de 1919, después de haber experimentado en otras zonas trigueras, decidió radicarse en Alfonso, arrendó un campito y fundó el primer criadero con el nombre de "Criadero Argentino de Plantas Agrícolas". La empresa, conocida como criadero Klein, es líder en trigo y cumple 100 años con su genética.

Un préstamo de dinero de un alemán que había conocido en uno de sus viajes en barco a Europa le permitió comprar en un remate judicial un campo de 205 hectáreas en Pla, partido de Alberti.

Acomodó el rancho con piso de tierra y allí se instaló junto a su mujer. Detrás de su vivienda construyó un pequeño galpón de chapa donde realizaba sus experimentos en busca de nuevas variedades de trigo, girasol, maíz, lino y hasta avena.

"Sus dos hijos mayores nacieron ahí mismo", señala Rodolfo y agrega: "Un día, la suegra de mi abuelo llegó del Uruguay para conocer a su nieto recién nacido, pero la situación precaria en la que vivía su hija y su yerno la sorprendió y solo estuvo un par de horas en Pla y decidió volverse". La familia tomó cuerpo: diez hijos pasaron a formar parte del equipo.

Cada ensayo costaba dinero y tener resultados inmediatos le hacían difícil el progreso de su emprendimiento. La tarea era ardua pero su sangre alemana no le hacía bajar los brazos. "Su constancia la heredamos toda la familia", señala orgulloso Rodolfo.

Poco a poco las cosas empezaron a mejorar, no solo construyó su casa de material en el campo, sino que su gran compromiso católico lo llevó a erigir la capilla del pueblo.

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Pero claro, no todo era trabajo en su vida. En sus momentos libres, su hobby marcado por la fotografía y por la realización de videos caseros, sumado a la dedicación de ser un aficionado, pasó a un casi profesional del tema. También su abanico rural se expandió al sector ovino: en 1931 puso una cabaña de la raza de ovejas Karakul.

Para Néstor Machado, mejorador del Programa de Trigo de la compañía, la vida de Klein fue una epopeya. "Me contaron que una vuelta, una tormenta de granizo arrasó con una cosecha que tenía una variedad de espigas, a lo que el genetista rescató los granos a mano. Por ahí en 20 hectáreas tenés el trabajo de más de 10 años y la desesperación hace que quieras recuperar algo del esfuerzo", dice.

El incipiente empresario necesitaba tener noticias de cómo funcionaban sus variedades y así recolectar datos. Por lo que decidió enviar cartas a sus compradores de las distintas zonas del país con el fin de que cada uno le transmitiera el comportamiento de sus semillas.

Hoy, con 9000 hectáreas propias más otras tantas que alquilan y con un siglo de vida, el criadero continúa en manos de la familia Kein, con hijos, nietos y bisnietos de "Don Enrique". La cuarta generación sigue su legado.

"Es un orgullo enorme, somos el primer criadero privado que se dedicó a genética de semillas", concluye el nieto número 52 de los 54 que forman parte de la herencia Klein.

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